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Hay tantas definiciones de triunfador como seleccionadores de fútbol, a saber, uno por opinador. En general todos pecamos de lo mismo, ese vicio – o virtud según se mire – consistente en arrimar el ascua a nuestra sardina y buscar la definición que mejor se adapte a nuestra trayectoria o a las decisiones que hemos tomado en algún momento. No voy a dejaros una digresión infumable sobre la etimología de la palabra, o de las definiciones que otros articulistas con más fundamento que yo han ido desgranando en internet, y me conformaré con algunas reflexiones que me han servido a mí. Es obvio que eso no me da patente de corso para sentar cátedra y que mi experiencia sea universalmente válida: la llave inglesa que vale para todas las cabezas de tornillo hexagonal ya está inventada.

A efectos meramente narrativos usaré la tercera persona del singular describiendo a alguien que podría ser yo, o no, o cualquiera de vosotros porque conozco a muchos lectores que han hecho este tipo de cosas. Digamos que hace unos años nuestro prota coincidió en una cena de trabajo con una ex empleada de la empresa para la que trabajaba hacía poco tiempo. Esa empresa, multinacional muy conocida, había supuesto un salto en su carrera pero llevaba aparejadas unos desafíos muy grandes en términos de aprendizaje, y unas incomodidades de desplazamiento diario y viajes frecuentes que hacían muy difícil conciliar con su vida familiar. Por cierto, si sigues poniendo tu vida laboral antes que la familiar o las sitúas en el mismo plano déjame decirte que pienso que estás profundamente errado aunque quizás tardes un tiempo en darte cuenta, como nos ha pasado a muchos. Pues bien, al comentar dónde vivía y el esfuerzo de no ver a sus hijos todo lo que debería y echar una mano a su cónyuge en esas edades en que los niños son absorbedores íntegros de recursos, esa mujer le lanzó la pregunta del millón: “¿Y por qué lo haces?”; la repuesta fue deliberadamente vaga y se escabulló con la consabida muletilla de “para darles lo mejor a mis hijos, lo que yo no he tenido, etc”, respuesta que supongo que os suena a muchos de vosotros. Ella, con la copa de vino en la mano, le miró de hito en hito y le espetó con sentimiento: “¡Los co…! ¡Lo estás haciendo por ti!”. Aquella noche, en la hora y pico de conducción hasta su casa, pudo ensartar varias reflexiones: 1) Quizás tenía razón pero nos cuesta muchísimo rectificar una decisión y volver atrás, admitir un error, calcular qué le diré al headhunter cuando tenga que explicar este salto atrás, etc, por lo que es más fácil autoconvencernos de que estamos haciendo lo correcto para nuestra carrera, para el éxito y el triunfo, y huir hacia delante 2) A ella se le podía aplicar un refrán que usaba mucho mi abuela: Consejos vendo que para mí no tengo 3) Aquel fue otro día semiperdido porque cuando llegó a casa su esposa e hijos llevaban ya horas durmiendo.

Ese sufrido prota estuvo un par de años allí, y después “triunfó” más veces, en otras empresas a las que les dio su esfuerzo, su sacrificio para hacer lo que era necesario en cada momento en pro de los objetivos de la empresa, siempre agresivos, pero por eso estamos hablando de un “triunfador” que nunca había tenido miedo a proyectos desafiantes. Y más salario, más variable, más stocks, mejor coche, ese tipo de cosas que tan solo valen para mejorar la reputación en la comunidad de vecinos y pagar un viaje de vacaciones más lejos. Y supongo que te has dado cuenta de que tu vecino va en caravana al Pirineo mientras tú vas a Vietnam pero vuestros hijos juegan bien juntos, y cuando vais al bar pagáis una caña cada uno, y que él lleva y recoge a los niños de los entrenamientos y actividades extraescolares, y eso parece hacerle feliz, fíjate qué simple y con qué poco se conforma, ¿no?

Avezado lector, supongo que habrás reparado en las comillas que inserto en lo relacionado con triunfar. Espero haber cargado las tintas lo suficiente como para dar un giro copernicano a este artículo y sorprenderte con la vertiente humana de triunfar; no tiene que ver con el aprendizaje y la experiencia, que las utilizas para seguir en la misma dinámica, sino a las personas que has conocido y lo que te han enseñado. Me refiero a las personas que suman porque las otras solo sirven para ejemplificar en estos artículos acciones que jamás debería hacer un directivo que se precie.

Vaya, con esta nueva perspectiva la foto se acaba de colorear y puedes afirmar categóricamente que eres un triunfador: tienes un montón de contactos en la agenda. Espera un momento porque no se mide por las felicitaciones de Navidad; hay que quitar aquellos que solo significaron una relación puntual, comercial en muchos casos, o aquellos otros que se acuerdan de ti cuando necesitan algo y con los que la relación es tan estrecha como el tiempo que tardas en hacerles un favorcillo, o esos amigos de Facebook o LinkedIn cuya amistad es meramente anecdótica, o esos otros con los que tuviste una relación super intensa en un momento determinado pero que no ha soportado el propio devenir de la vida que nos acaba llevando por diferentes derroteros (el ejemplo típico son los amigos de la mili o de la universidad, que parecía imposible que pudieses seguir viviendo sin ellos. ¿A qué ahora mismo estás visualizando unos cuantos de este tipo?), en fin, una criba muy grande. Después de quitar todos estos queda un ramillete de personas, no muchos; si fuera Manolito, el de Mafalda, tendría que quitarme los zapatos para contarlos porque quizás no tendría bastante con los dedos de las manos, pero con seguridad no se miden en centenas.

En definitiva, ese selecto grupo, ese núcleo define en mi opinión tu gen de triunfador, ese contacto que permanece y crece, esos momentos que recuerdas con los protagonistas años después, esa complicidad para reírte de ti mismo o de los otros, esa seguridad de que os vais a ayudar recíprocamente en lo que sea necesario, esa capacidad para construir con gente que la dinámica empresarial os situó en distintos lados de la trinchera, todo eso es lo más valioso que nos llevamos de las empresas, mucho más que el know-how o la fórmula secreta del éxito.

¿Podré aplicar esta prueba del algodón a mí mismo? Vaya, pues resulta que después de haber trabajado para varias empresas, tanto en modo contrato laboral como interim, resulta que hay algunas en que la huella humana queda muy difuminada, más o menos como cuando el prota llegaba a casa y sus hijos estaban dormidos.

Y doy un nuevo giro a la argumentación: ¿estoy aconsejando que nos dediquemos tan solo a generar fuertes lazos sociales dejando de lado el concepto de triunfo tradicional, la ambición, el crecimiento en el organigrama, el salto entre empresas buscando desafíos, etc? En absoluto, entre otras cosas porque tu querido empleador no te va a mantener el trabajo si creas muy buen rollo pero no consigues tus objetivos recurrentemente. Habiendo dicho esto, soy un firme defensor del factor humano en el trabajo, y celebro el éxito de aquellos que son capaces de triunfar en ambas facetas simultáneamente; a medida que maduro (eufemismo para no mencionar mi edad) valoro más la cara B de este disco.

 

[Nota aclaratoria para los menos maduros: antes de los Spotify de turno escuchábamos música en discos de vinilo que tenían dos caras, y tradicionalmente colocaban el hit más relevante en la cara A del disco, enmascarando al de la cara B, menos comercial. Si has tenido que ir a la Wikipedia a buscar “discos de vinilo”, déjalo, tan solo era una metáfora para ilustrar el establecimiento de prioridades]

 

Sigo. Algunos me habéis dicho que estoy poco esperanzado con los millenials; no es mi intención y creo que pueden aportar mucho si bien algunas actitudes me resultan extrañas; en este caso aplaudo su voluntad de no sacrificar en demasía su vida personal y familiar por el triunfo profesional, por poner en la cara A del disco aquello que es verdaderamente importante.

Por eso, si un día un grupo de esos que merecen la pena me hiciese un escrache simpático en casa, y me sorprendiese con una confabulación que dejase a la altura del betún mi supuesta y proverbial perspicacia, me harían inmensamente feliz con muy poco y reafirmarían mi fe en la combinación de ambas definiciones con la salvedad de que, una vez pagado, la primera acepción se desvanece mientras que la segunda, quizás por la falta de pecunia, permanece. ¡Ojalá me pase y pueda superar mi contención emocional para encontrar las palabras oportunas para agradecerlo y disfrutarlo porque sabré que he triunfado! Ya veis, esta es la ventaja de poder amoldar la acepción a las necesidades de cada momento.

Si te quedan dudas de donde están tus preferencias y prioridades recuerda que tu vida es una copia impresa de tus pensamientos. Y sobre todo no te engañes a ti mismo y cuentes mal lo que pones en cada platillo de la balanza: el único sitio donde te comes una y cuentas veinte es en el parchís (bueno, y en los triunfos del sábado noche, perdón por la licencia). Puedes hacerte trampas y verbalizar que tienes claras tus prioridades, que sabes qué pones en la cara A del disco, pero tus acciones hablarán por ti: si rompes el espejo porque no te gusta la realidad que ves, no olvides que lo que obtienes es la misma realidad reflejada en cientos de espejos.